viernes, 6 de junio de 2008

Depeche Mode"Violator"


En el año 90, para un pipiolo de 12 años que todavía no había pegado el estirón, el único problema existencial que perturbaba su juicio no era otro que acelerar como fuera ese proceso que hacía que de la noche a la mañana, de buenas a primeras, te empezara a asomar algún pelo que otro negro tonto en la sobaquera, o en la paquetera, para así poder fardar delante de los colegas de tu nueva y recién estrenada hombría en las duchas, después de la clase de gimnasia, para posteriormente, con el buen tiempo, exhibirlo con camisas de manga rasa, delante de toda la platea femenina a modo de ligoteo en plan tipo duro. Mira mira zagala, lo que me está saliendo, ¿te mola?. Yo atónito y sin un pelo ni medio, contemplaba perplejo esas escenas con una mezcla de suma envidia y algo de vergüenza ajena difícil de describir. Por entonces yo formaba parte del coro de altos en las monjas gracias a mi agudo y melódico timbre de voz, lo que al alimón, facilitaba que, año tras año, Navidad tras Navidad, uno también fuese el protagonista de todas las obras de teatro en el colegio de las monjas.
Por contra, mi carrera como futbolista estaba empezando a hacer aguas. La cosa era clara. Si te ponían tres recreos seguidos de cancerbero y además llevabas gafas, las conclusiones eran dos y solo dos. Primera, eras el más malo y rematado del colegio jugando a fútbol. Y segundo y más importante, el presupuesto en gafas ascendía hasta cotas insospechadas. Mi madre optó por hacerme con unas gafas irrompibles, voluminosas (parecía el hijo bastardo de Crispín Klander) pero impenetrables, a prueba de bombas, y a prueba de los balonazos traicioneros que los de octavo nos endiñaban a los que íbamos con jersey color salmón día a día a la escuela. Cada día que pasa creo que el material forjado para esas lupas no era de esta galaxia. Me da a mí que el de la óptica lo trajo de Kripton.
La única preocupación, aparte de que el salmón dejara de estar de moda como color más in de la época, radicaba en la esperanza de que para verano, ya hubiera florecido algún pelarro de esos que interesaban tanto a las chicas más bobas que, por otra parte, y hablando de pelos en la chotera ya, deberían haber sido más previsoras de cara a comprase un bañador de esos con redecilla en los bajos. El virginal, simple, blanco y vetusto bañador de otros años dejaba entrever ya cierta flora y fauna de color negro carbón, allá por la entrepierna, pero quien era yo para advertir semejante detalle. Un esmirriado con gafas, ralla de pelo a un lado, bañador Mayoral hace amigos, y ortodoncia galopante inspiraba de todo menos credibilidad y/o sarcasmo. Eso sí, en el coro cantaba de cojones. Si me hubierais oído entonar la de “Mi Dios está vivo el no está muerto” lo hubierais flipao en colores.

En resumidas cuentas, el año 90 fue bastante moñas. Y la música a la que uno tenía acceso inmediato por aquel entonces más todavía. Madonna con el Vogue, Roxette con aquella canción de Pretty Woman, (cinta que contiene uno de los mensajes más Heavys del Celuloide, a saber: Niña, métete puta que vendrá un rico, te echará un “huete” y te sacará de pobre, tira tira), Sinead O´Connor y su nada comparado With You también lo petaba allá donde pincharan su Valium-Balada. Technotronic molaba pero cansaba enseguida con lo del Pump up the Jam, y Jon Bon Jovi seguía como líder indiscutible de portadas en la revista Super Pop mientras ponía su voz al servicio de la Banda Sonora de Arma Joven 2, otro peliculón para calentar las meninges de las chatis de mi quinta. Smells Like Teen Spirit, ya sabéis.
Entre tanto mar de incertidumbre y vida de color de rosa, tenía que venir alguien a oscurecer y a poner en su sitio a golpe de sintetizador, teclados, y guitarras, un panorama bastante poco alentador. Así pues, llego Violator, toma, sin contemplaciones, y empezando además a poner al personal en su sitio con Personal Jesus, después con Enjoy de Silence y posteriormente con Policy of Truth y World in my Eyes como singles de presentación. Su propuesta, cuanto menos arriesgada, tomó forma y puso patas arriba el mercado musical. Rescatar la electrónica que reinó años atrás, sacarla de nuevo del merecido olvido que se cernió sobre ella en los ochenta, y reivindicarla hasta el infinito y más allá con guitarras, batería, bajo, y teñirla sobre un manto de oscuridad, dureza, vaqueros oscuros, camiseta blanca y chaleco negro, fue un logro encomiable. Para mí además, supuso una forma de acercarme al hasta por aquel entonces desconocido género femenino. Prestar la cinta de los Depeche en los 90 era la mejor, sutil y más elegante forma de acercarte a esa churry que en los recreos hacía que aunque te cayese una maceta en la cabeza no te enterases de nada en absoluto. Uno no tendría pelos ni voz de machote, pero anda que no me habré colado en los cuartos de las chorbas más molonas de clase mientras el resto de los colegas seguía en el salón perdiendo el tiempo con las naturales diferenciando el carpelo, el pistilo, etc, etc. Yo prefería deshojar la música de la rosa viva y roja sobre fondo negro de la portada de Violator, tema tras tema, hasta la última canción, Clean, para después, salir todo colorao y con cara de tonto para ultimar el estudio y análisis de los estambres, los gineceos y los androceos. Todo ello bajo la mirada asesina e inquisidora de los machotes del lugar maldiciendo por lo bajini mientras un nuevo y enorme grano de esos de cabeza blanca y dudoso origen florecía, valga la expresión, en la punta de su enrojecida e irritada nariz de preadolescente.

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